El nuevo dardo en la palabra by Fernando Lázaro Carreter

El nuevo dardo en la palabra by Fernando Lázaro Carreter

autor:Fernando Lázaro Carreter [Lázaro Carreter, Fernando]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Comunicación
editor: ePubLibre
publicado: 2003-01-01T05:00:00+00:00


Para nada

Basta asomarse a un periódico para ver que la inmigración está trayendo abundantes jaquecas. Como esta: con muchos africanos ha llegado a España el rito de la clitoridectomía. Ya se sabe, poner salvajemente a las mujeres en el trance de exclamar con Jorge Manrique, «¡Cuan presto se va el placer!», si ya lo han acordado; y si no lo han acordado, tristes por no haber comprobado en carne propia si da dolor o no. Es asunto que no debe tomarse a la ligera: hay que alzar sin contemplaciones nuestra ley frente al cuchillo cercenador. Y como todo mal deja huella en el lenguaje, ya tenemos una palabra nueva: la radio —aún no la he leído— habla de mujeres ablacionadas; si hay hombres capados, ¿por qué negar el participio al otro sexo?

El desenfado con que se inventan palabras como esa es uno de los rasgos más evidentes del español actual. Dada la recatada modestia de nuestra lengua, tales invenciones eran muy mal vistas en el pasado, pero ese pudor ha perecido ya con otros pudores antiguos. Aunque bien mirado, tampoco hay por qué amordazar a los traviesos: si exigimos libertad, que hablen como quieran. El mandatario, bien es sabido, era el elegido por el pueblo —o el dictador— para que gobierne, es decir, un mandado para que mande. Más que traviesa se mostró una conocida comunicadora al decir: «Desde que mandata Bush…»; no recuerdo qué mandataba, pero ella se divirtió haciendo una higa al diccionario, y arrebatando al pueblo yanqui la potestad de mandatar para entregársela a Bush. ¿En quién mandata el gran mandón, si ya no tiene a quién? Por lo pronto, ella y otros han convertido mandatar en un suplente con más amplia hechura —los exiguos de idioma optan siempre por lo más largo— de mandar.

Este gracejo contagia también su alegría a la gramática. Una de esas noticias macabras, que tanto gustan a los medios sin excepción —ábrase el televisor durante la comida para comprobarlo— rezaba así en un diario del mes pasado: «Un podólogo degolla a su empleada porque quería despedirse», en la que, aparte su ambigüedad, aparece ese lindo degolla —igual que de arrollar decimos arrolla—, y que tanto satisfará a los analogistas profesos. El hallazgo abre el camino a una insurgencia digna de César: ¡mueran los verbos irregulares! Pero no triunfará sin grave oposición de quienes se empeñan en hacer usos desinhibidos de la gramática, y va por el mundo de anomalista. Como esa otra gentil presentadora de un celebrado concurso televisivo, que, sin perder su encantadora sonrisa, decía hace poco a unos concursantes: «Lleváis consigo 33 puntos». Se rebelaba así contra esa lacerante obligación que impide concordar la segunda persona (lleváis) con la tercera (consigo). No sé, en cambio, si hubo desvío en quien, transmitiendo por televisión una corrida de la Maestranza, justificó un mal par de un peón de Jesulín «por su envergadura reducida». ¿Es que el peón tiene cortos los brazos?; si es así, el comentarista habría acertado, y el banderillero tendría mucho mérito por osar serlo.



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